Imprime esta página - Tamaño de texto + / -Congresos - VI Congreso
En algún lugar de Buenos Aires, los días 24 y 25 de agosto de 2002, sesionó el VI Congreso del Partido Revolucionario de los Trabajadores, tomando como ejemplo a todos los compañeros que dieron su vida por la Revolución Socialista, bajo la presidencia honoraria de nuestro Secretario General y Comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo: Mario Roberto Santucho.
Ésta es la contribución que hacemos los hombres y mujeres que pretendemos ser la continuidad histórica de aquel glorioso Partido.
“Nada estuvo más alejado de las preocupaciones de los marxistas argentinos, hasta el presente, que el problema del poder”.
El IV Congreso partidario comenzaba de esta manera una acertada caracterización de la situación de las fuerzas políticas del país y de sus estrategias, estado y desarrollo de las condiciones objetivas y subjetivas en el país.
El IV Congreso, fiel a toda elaboración marxista, no fue sólo la lectura de la realidad política y social de la Argentina , sino que fue a la luz de la historia la herramienta teórica y la guía mas clara, más concreta, más profunda, que tuvimos los revolucionarios para construir la nueva sociedad.
La comprensión de esa realidad, forjada en el transcurso de una creciente actividad combativa del proletariado y el pueblo, permitió el rico desarrollo de la experiencia revolucionaria en el país. Es más, afirmamos que fue esa comprensión la que armó políticamente a la organización y le permitió desarrollar su accionar en un período de auge de masas, con un elevado nivel de participación y capacidad de dirigir.
Durante los ‘60 y ‘70, las nuevas situaciones de auge supieron ser capitalizadas por los grupos que estaban por el desarrollo de la Guerra Revolucionaria como medio que llevaría a la toma del poder.
¿Por qué razón? Porque eran los únicos que estaban de acuerdo en llevar adelante una revolución.
Como Partido Revolucionario de los Trabajadores, partido de la clase forjado en la lucha, con compañeros caídos en combate contra el capitalismo, que cuenta con la experiencia de las masas movilizadas y la experiencia de todos los hijos del pueblo que lucharon y luchan por la construcción del Socialismo, es que retomamos el IV Congreso como base teórica sin olvidar los aportes realizados por el V Congreso partidario.
Sabemos, también, que es deber del Partido realizar un profundo balance autocrítico en lo ateniente a su historia como organización político-revolucionaria, y en torno a la historia del país.
“Faltó asimilación del marxismo-leninismo” , fue el comienzo de la autocrítica que leyera nuestro Secretario General Mario Roberto Santucho. Esta frase, a menudo utilizada tendenciosamente por muchos para descalificar el accionar del Partido al encabezar la Guerra Revolucionaria en Argentina, no fue más que el principio de una tarea pendiente que se cumpliría con la realización del VI Congreso, encargado de rectificar la línea, pero que no llegó a concretarse por razones de seguridad y por la caída de muchos compañeros.
Como PRT desconocemos las direcciones posteriores a la caída en combate de la mayoría del Buró Político del año 1976. Este hecho, acompañado de la no realización del VI Congreso en el país, le impidió a la organización visualizar el reflujo de masas que se venía produciendo en el país desde mediados de la década del ‘70. Estos dos factores produjeron que no se dieran las pautas para la reorientación y desarrollo de las formas de lucha apropiadas para esa coyuntura. ¿Qué es lo que queremos decir? Que no hubo instancia formal ni tiempo para llegar al replanteo táctico y que se siguió operando con una línea errónea.
Desconocemos las direcciones posteriores a la caída en combate de nuestro Secretario General. Repudiamos la decisión de sacar el Partido al exilio. Desconocemos el VI Congreso realizado en el exterior, sobre la sangre de los compañeros que aún combatían en el país.
Fundamentamos nuestra posición en:
La actitud liquidacionista que asumieron las direcciones del Partido en el exterior, que supieron expresarse como dos tendencias: mattinistas y movimientistas. Es necesario, sin embargo, diferenciarlas de la práctica militante sostenida por los compañeros del grupo V Congreso, en el marco de la solidaridad internacional.
La ilegalidad partidaria que reviste la realización en el extranjero del VI Congreso, por haber sido llevado adelante violando normas estatutarias.
La responsabilidad que le cabe a las direcciones posteriores al buró del ‘76, en el abandono sufrido por los militantes y por los combatientes presos durante el transcurso de la “noche negra argentina”, compañeros que quedaron desperdigados, sin unidad, sin dirección y sin cobertura partidaria frente a un enemigo atroz. Y que a pesar de esto, supieron mantenerse como dignos hombres y mujeres del Partido.
Estas tres conductas marcadas aquí nos sirven como base para visualizar el principio de TRAICIÓN. Pero esta TRAICIÓN no se aquietó con el final de la dictadura. Se profundizó durante la apertura democrática, y esto se puede observar en el accionar liquidacionista que sostuvieron las direcciones de “exiliados “ y “parientes”, que no sólo se adjudicaron la conducción del Partido, sino que arrastraron a la organización a la búsqueda de alianzas meramente electoralistas, llevándola a la atomización, contribuyendo a la propagación de diversos desviacionismos políticos, no sólo en el seno del Partido, sino en el seno del Pueblo, colaborando, así, con la dispersión de la vanguardia política y social, dispersión que se propuso realizar la burguesía nativa y el imperialismo.
Hoy, los compañeros que planteamos la construcción de una nueva sociedad que esté al servicio del hombre creemos que el mejor homenaje que podemos realizar a los combatientes del pueblo es el de retomar la construcción del Partido, asumiendo la responsabilidad que reviste esta tarea, tarea que lleva en sí misma un carácter estratégico: el de construir, junto con el pueblo, la nueva vanguardia político-social que necesita el país para desarrollar su proyecto de liberación.
Por esto el PRT se constituye, y levanta en los puños de los nuevos compañeros la sangre de nuestros combatientes. Levanta las banderas del Partido, fiel a la lucha que lo diferenció de todas las organizaciones: la lucha por el Poder y la construcción del Socialismo.
Sólo del estudio de la realidad se puede extraer una praxis que transforme conscientemente al mundo. Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria.
Los marxistas luchamos por la toma del poder y la construcción en manos de los trabajadores de esa nueva sociedad donde el hombre no sea lobo del hombre . Entendemos que esto será fruto de una larga lucha, que va a adquirir diferentes formas según la etapa. Por esto el Partido tendrá que definir una Estrategia Global de Poder, que contemple las tareas y consignas adecuadas para cada etapa de la Guerra Revolucionaria. Entendemos, como parte de ésta, todas las expresiones y la utilización de todos los métodos con los que el pueblo luche por su libertad.
Muchos de los combates cotidianos se desarrollan de manera profundamente violenta. A veces el pueblo combate en silencio, en el campo de las ideas, de la cultura, de lo político; a este silencio muchos lo confunden con quietud, pero en él se muestra la construcción de orgánicas nuevas que nacen y surgen al margen del sistema, dinamizando la sociedad, creando la verdadera democracia, enfrentando en combates callejeros al estado y a su aparato represivo. Debemos entender que ese proceso es parte del desarrollo de la Guerra Revolucionaria. Debemos tender a organizar todos los niveles de la violencia hasta llegar a la creación de su máximo escalón.
Para la formulación de dicha estrategia, realizaremos una síntesis de las distintas concepciones estratégicas en la historia del marxismo revolucionario. Pasaremos luego a trazar los elementos para el desarrollo de nuestra estrategia de poder:
Cuando hablamos de los aportes, desde ya es el propio Marx el que no sólo enuncia el problema (el sistema, el carácter de la explotación, las herramientas teóricas para construir la nueva sociedad), sino que comienza a demostrar, desde la misma lucha de clases, los pasos necesarios para la toma del poder. Obviamente, la elaboración de su estrategia se debió al estudio del desarrollo de la sociedad (desarrollo de las fuerzas productivas y de la técnica militar) en ese período histórico.
En este punto deben diferenciarse dos análisis:
Hasta 1895, la lucha se daba fundamentalmente a través de las barricadas. La revolución se produciría como una gran insurrección. Amplios sectores de la sociedad se plegarían, dado el grado de debilidad de un estado burgués naciente, con un aparato militar en formación. En contraposición, se señalaba la concentración del proletariado en las urbes y la fortaleza de sus organizaciones.
Después de este año, Engels, a la luz de la lucha del proletariado, corrige la estrategia frente a una realidad diferente: la burguesía, con todas sus capas, se volcaba hacia el estado que las contenía y su carácter se volvía cada vez más internacional. La aparición de contradicciones mayores entre las clases oprimidas, el crecimiento de los ejércitos –tanto en número como en entrenamiento y técnica– hacían imposible pensar en una insurrección de masas sin preparación para la guerra.
Los aportes de éste a la teoría revolucionaria son numerosos. Trataremos aquí los más importantes:
La introducción del concepto fuerza motriz–fuerza directriz . Dada la composición de clases de la Rusia en la que le tocó actuar, ( la Rusia Zarista ), percibe que era imposible el desarrollo de una revolución únicamente obrera. Pero sólo el proletariado podría encabezar una revolución para toda la sociedad.
Plantea la revolución como fruto de una Guerra Civil Prolongada, donde los revolucionarios aplicarían la Guerra de Guerrillas para ir templando sus fuerzas. La combinación del accionar de las masas y del accionar armado maduraría la relación y la dirección de los órganos deliberativos de masas (consejos o soviets) para la toma del poder y la construcción del socialismo.
El Partido Revolucionario como criterio: quizás uno de los aportes más importante sea éste, el de la organización revolucionaria, compuesta por profesionales de la revolución, de orden centralizado, de carácter conspirativo y de combate. Esta organización en su desarrollo irá direccionalizando la lucha y con ésta irá creando los destacamentos obreros de autodefensa hasta llegar a la construcción del Ejército Revolucionario.
Contrariando a muchos “trotskistas”, Trotsky nunca ignoró el papel de la organización, nunca la redujo al sindicalismo. Planteaba la creación de milicias de autodefensa, denunciaba y anunciaba claramente el accionar de bandas fascistas y parapoliciales, planteaba la creación de células combatientes en las fábricas, como embrión del futuro Ejército Revolucionario.
Los aportes hacia el Estado Soviético, en torno a sostener un intercambio que ayudara al desarrollo de los Estados Revolucionarios, fueron ejemplo del internacionalismo. Del mismo modo, la participación del pueblo ruso durante la Segunda Guerra Mundial enfrentando al nazismo fue ejemplo del protagonismo de las masas en la transformación de una guerra nacional en una Guerra Popular.
Existen diferencias sustanciales entre la Revolución China y las anteriores. Diferencias que nacen de las características propias de un país con un desarrollo semifeudal, que se encontraba en vías a una reforma democrática burguesa y con una mayoría de población campesina. La ocupación del imperialismo japonés creó un escenario que llevó a la Guerra Revolucionaria hasta instancias desconocidas.
El accionar del Ejército Rojo en el campo construyó Poder Dual, zonas liberadas que cercaron las ciudades. Luego de la intervención en 1936 de Japón, la guerra pasó a tener carácter nacional: se unificaron las clases que querían la independencia china bajo el frente único anti-japonés, organismo que intervino a nivel internacional.
Uno de los hallazgos más importantes en la concepción de Mao fue el concepto de Guerra Popular Prolongada.
Las condiciones en que se fue desarrollando la Revolución Cubana fueron decisivas para la estrategia de poder que elaboraron nuestros compañeros. Al estudiar los aportes que surgen de esta experiencia, como primera instancia no hay que olvidar que el propio Fidel reconoce la excepcionalidad del proceso cubano en el contexto internacional y nacional. Las elaboraciones del Che, que generalmente se desligan como otra teoría, son parte esencial de la síntesis extraída de dicho proceso. Las corrientes que promueven el Guevarismo separándolo de la Revolución Cubana , o entreviendo una dicotomía inexistente entre las ideas de Castro y el Che, sólo benefician a una falsa historia escrita por el enemigo. Existen otros que, por el contrario, reducen los aportes del Che al estrecho plano militar. Nada más equivocado, las definiciones son profundamente políticas cuando Guevara plantea que la lucha es contra el imperialismo.
Hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una confrontación mundial. La finalidad estratégica de esta lucha debe ser la su destrucción, y así el Che lo expresa en su “ Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental ”. Guevara nos plantea claramente el papel que desempeñarían en el futuro los EEUU. También caracterizó que las revoluciones se producirán en las periferias de los imperios (América tendría una tarea de mucho mayor relieve: la creación del segundo o tercer Vietnam del mundo). Detallando aún más, avanza en definir que África y América Latina serían los lugares en los que librarían las futuras guerras contra los opresores. Es en este marco donde promueve la consigna “crear uno, dos tres, muchos Vietnam” .
Quizás para cerrar es necesario releer atentamente al Che cuando nos dice:
“…los combates no serán meras luchas callejeras de piedras contra gases lacrimógenos, ni huelgas generales pacíficas; ni será la lucha de un pueblo enfurecido que destruye en dos o tres días el andamiaje represivo de las oligarquías gobernantes; será una lucha larga, cruenta, donde un frente estará en los refugios guerrilleros, en las ciudades, en las casas de los combatientes…”
Debemos destacar los aportes realizados por los pueblos y el gobierno cubano en el plano de la solidaridad internacional, apoyando los movimientos revolucionarios en todo el mundo.
Existen muchas experiencias que extraer de las revoluciones, pero quizás en donde se plasma más claramente el potencial de un pueblo cuando persigue la conquista de su libertad es en Vietnam. Allí también se muestra la crueldad de los enemigos de clase. Para precisar estas afirmaciones cabe señalar que el valiente pueblo de Vietnam resistió tres intervenciones militares imperialistas (Francia, Japón, EEUU). Libró una guerra contra potencias salvajes y asesinas que poseían medios técnicos y económicos ampliamente superiores valiéndose de la inconmensurable sabiduría de un pueblo y su heroica determinación. Es indispensable no sólo ver que es necesario vencer, sino que también es posible. Al ver la estrategia de Vietnam, observamos la infinita variedad de tácticas que adquirió la organización del pueblo en el transcurso de la Guerra de Resistencia Popular.
Vietnam nos enseña la articulación de todos los niveles de lucha; la habilidad política de leer la situación concreta; la concepción profunda de que la Revolución la hacen los pueblos; el principio de hacer de cada hombre un combatiente; la extensión de la Guerra Revolucionaria a todos los terrenos: político, militar, económico y cultural; la compresión de que el desarrollo de la guerra va a ser prolongado y desigual; que el poder no sólo se toma, sino que se construye gradualmente (forjando organismos, liberando zonas, etc.: ejecutando lo que el PRT definirá como poder dual .)
Los aportes realizados por el Partido son:
La determinación de que sólo un Partido Revolucionario, nutrido de las experiencias del pueblo, con sus mejores hijos, con los trabajadores como sujetos históricos, llevará adelante el proceso revolucionario.
La enseñanza de que es indispensable la creación escalonada de diferentes organismos, ya sea en el plano social, en el sindical, en el político o en el cultural, entendiendo que la revolución la protagonizarán los pueblos.
La caracterización correcta de las dimensiones del enemigo y de la guerra futura: era evidente que nos enfrentábamos a una Guerra Popular Prolongada que se iría desarrollando en una primera etapa, fundamentalmente en las zonas urbanas.
El haber promovido la unidad de las organizaciones armadas a partir de desarrollar la idea y crear el Frente Político que unificara sus luchas. Esto fue reflejado en el lanzamiento del FAS.
Su lucha contra las expresiones burguesas en todas sus formas, centrando su atención sobre el populismo y el reformismo.
En lo internacional, el esfuerzo del PRT pasó por haber creado la Junta Coordinadora Revolucionaria en la región.
Es necesario tomar en cuenta estos aportes a la hora de construir nuestra estrategia, para alcanzar nuestro objetivo: la construcción de la nueva sociedad, el Socialismo.
El surgimiento del Partido Revolucionario de los Trabajadores se da cuando la revolución socialista estaba planteada en varios países del mundo. Ello se expresaba en Vietnam, en la Guerra de Liberación Nacional que libraban los países del África, en Europa, y en los embrionarios procesos y Movimientos de Liberación presentes en los países latinoamericanos influenciados por la Revolución Cubana.
En el plano nacional, si bien hubo luchas y enfrentamientos desde la conformación de la clase trabajadora como tal (constituida por la afluencia de corrientes inmigratorias –externas e internas– y su asentamiento en urbes), desde la aparición de las primeras organizaciones anarquistas hasta la resistencia peronista, no hubo en nuestro país organización que se planteara la cuestión del poder. Es más, como ya dijimos que afirma nuestro IV Congreso, nada estuvo más alejado de las preocupaciones de los socialistas, los comunistas y los trotskistas que el problema del poder y de la organización de la violencia en sus distintos niveles como una de las vías posibles.
Fue nuestro Partido el que siguiendo los lineamientos del marxismo revolucionario fijó su política como Partido de Clase, y asumió la conducción de la Guerra Revolucionaria. Hoy, se torna necesario revisar el pasado de nuestra organización; trazar un paralelo y poder determinar si se vive la misma relación de fuerzas y si contamos con la misma educación política del pueblo.
No hemos asimilado plenamente el marxismo-leninismo. Esta idea, también dijimos, la planteó nuestro Secretario General Mario Roberto Santucho tiempo antes de su caída en combate.
Ubicándonos en el período histórico de auge y de reflujo de nuestro pueblo, y también en el contexto regional (Cono Sur), se demuestra que no se tuvo en cuenta el proyecto del imperialismo para Latinoamérica, que en dos o tres años supo desarticular, temporalmente, estas experiencias.
El reflujo de masas que se produce a mediados de la década del ‘70 en nuestro país no fue percibido por el Partido y no fue asimilado debidamente (no hubo tiempo de replanteo táctico), lo que produjo que no se dieran pautas para la reorientación de las formas de lucha apropiadas para esa coyuntura.
Hoy, las limitaciones que presenta el proletariado y el pueblo para la elaboración de una estrategia de poder, es decir, para la elaboración de un proyecto de autonomía e independencia política y económica (de la clase y el pueblo, para la clase y el pueblo), es producto de las concepciones y prácticas de tipo reformistas y oportunistas que se encuentran en su seno, que lo llevan a desarrollar prácticas sociales políticamente erróneas. Esto nos demanda erradicar estas concepciones y prácticas, si queremos continuar con la misión histórica de ser la dirección revolucionaria del nuevo período.
La táctica debe determinar el quehacer específico de acuerdo a las circunstancias históricas concretas y debe saber adaptarse a las diversas situaciones.
Debemos saber que la correlación de fuerzas en lo táctico mundial y en lo específico continental ha cambiado:
El primer estado socialista no existe.
El bloque socialista, tampoco.
El bloque de las OLAS (en su aspecto estratégico) no llegó a concretarse.
Salvo la experiencia de las FARC-EP, todas las demás experiencias fracasaron.
A nivel país, el análisis coyuntural pasa por dos puntos esenciales:
La incapacidad de la burguesía para resolver los problemas del desarrollo económico.
La falta de perspectiva para legitimar el régimen parlamentario.
¿Qué otros elementos debemos considerar?
Definir correctamente a los enemigos de la revolución (estratégicos y tácticos), evaluando su fuerza y su probable estrategia.
Determinar la fuerza motriz de cambio y los posibles aliados de la revolución.
Definir el frente social que llevará adelante la revolución.
Determinar la vía estratégica para la revolución.
El momento actual de nuestro país se caracteriza por una agudización de la lucha de clases, proceso que a su vez configura una verdadera preparación para desarrollar enfrentamientos más agudos y decisivos.
El Partido, como organización revolucionaria, tiene la obligación de impulsar su tarea principal: la penetración en el seno del pueblo, llevando el objetivo estratégico de la lucha de clases, la toma del poder político y la derrota de la burguesía. Decimos que la política de la organización debe plantarse en situaciones concretas y que serán ellas las que determinarán la acción y las tareas.
Es fundamental prever las acciones del proletariado y el pueblo, la burguesía y el capitalismo.
La creciente desocupación de la masa laboral y la falta de respuestas genuinas convierten a una parte del pueblo en nuevo actor social, con formas propias de organización. Se los ve como el “único” sector que enfrenta al capitalismo y no como el sector más dinámico.
Hay que tener en cuenta que este sector, como otros sectores sociales en conflicto, se encuentra todavía en estado defensivo; pero que en tanto las condiciones objetivas y subjetivas vayan madurando, el pueblo pasará a la ofensiva, superando todo lo visto hasta hoy, transformando las derrotas en triunfos.
El camino de la revolución en nuestro país nos exigirá saber respetar el lenguaje y los métodos de lucha que se dé el proletariado junto a sus aliados de clase; respetar sobre todo las tradiciones de lucha que él lleva en su seno. También debemos saber que, hasta ahora, las direcciones sindicales no elevaron su nivel de conciencia y no plantean ni problema del poder ni la independencia política de la clase respecto de la burguesía y del peronismo. Su experiencia está radicada en el reformismo economicista, alineándose a la derecha fascista del peronismo.
Debemos tomar los aciertos y errores de nuestro Partido; también los de otras organizaciones hermanas, sin dejar de tener en cuenta las desviaciones oportunistas y sin olvidar la nefasta práctica de algunas de las organizaciones de izquierda: el entrismo.
Como partido de combate, confiando en nuestra clase y el pueblo, debemos insertarnos en el proceso hacia el auge de masas que lentamente vemos desarrollarse. Nuestro pueblo ha demostrado, a través de su historia, su capacidad de lucha. La tarea de hoy es aportar experiencia y reflexiones. Dirigir y garantizar las luchas del pueblo. Por eso, se torna necesario incrementar nuestra influencia como Partido, creando y preparando nuevas formas de combate.
Debemos tener en cuenta los dos polos de la contradicción burguesía-proletariado y aplicar el pensamiento revolucionario para distinguir en ella lo fundamental de lo secundario, analizando las distintas etapas (defensiva - de equilibrio - ofensiva), sabiendo guiar a la clase a través de éstas hacia la toma del poder.
Decimos que la toma del poder político no tiene, todavía, un camino definido y vemos improbable que la lucha se inicie como una insurrección popular, más bien pensamos que se iniciará como reacción defensiva en circunstancias del más profundo retroceso. La construcción de la fuerza que garantizará la toma del poder se planteará sobre la base de la experiencia y a la luz de las nuevas formas organizativas que el pueblo vaya desarrollando.
Decimos no haber perdido la única misión que tenemos: hacer la Revolución. Y afirmamos que el proletariado y el pueblo, únicos herederos de nuestro Partido y de sus símbolos, dejan atrás la frustración, los errores y la deformación, retomando el camino trazado en 1965, actualizando su estrategia de poder, partiendo del análisis concreto y del conocimiento exhaustivo de la práctica y de la teoría de la revolución mundial, para aplicar sus leyes generales a las particularidades de la Revolución en la Argentina.
El capitalismo atraviesa por una crisis de ciclo largo que arrancó en la década del '70 con el fracaso del llamado estado keynesiano.
EEUU logró sortear esa crisis mediante los empréstitos japoneses, árabes y europeos, pasando de ser el principal acreedor al principal deudor del mundo. Esta crisis mundial abarcó también a los países del llamado bloque socialista, lo que, entre otros aspectos, generó su derrumbe.
Como forma de superar esta nueva crisis, se llevaron adelante reformas económicas que dieron término al estado keynesiano. Estas reformas iniciaron un nuevo modelo de acumulación, a través de la reducción de la mano de obra y exportación de capitales, no con el objetivo de expandir la industria, sino en forma de préstamos para la adquisición de productos elaborados en el primer mundo. El capital financiero adquirió un lugar preponderante. En alguna medida, este proceso es comparable con la primera etapa de acumulación imperialista del principio del siglo XX.
La caída del modelo de construcción socialista en Europa del Este y la URSS permitió la unipolaridad político-militar de EEUU y la tripolaridad económica que se denominó “Nuevo Orden Mundial” a partir de la Guerra del Golfo, de un capitalismo sin contrapeso.
El derrumbe de los países del “socialismo real”, hacia 1989, también debilitó la resistencia obrera a esta forma de acumulación, y aceleró la implementación de las reformas a nivel mundial, que alcanzaron su punto máximo en la década de los ‘90.
Esto derivó en un nuevo reparto del trabajo y del mercado en el ámbito mundial que se desarrolla hasta la actualidad. La integración de países y centenares de millones de trabajadores en la nueva división internacional del trabajo se impuso bajo el afán de lucro de un gigantesco conglomerado de capitalistas.
Casi un 48% de las 500 mayores compañías y bancos en el mundo son de los EEUU y un 30% son de la Unión Europea. El 10% son japonesas. Es decir, casi el 90% de las mayores corporaciones que dominan la industria, la banca, y los negocios son estadounidenses, europeas o japonesas.
El poder económico está en esas tres unidades geográfico-económicas. Los estados nacionales, en este caso los estados imperialistas, no están desapareciendo, sino que son prioritarios para entender los centros de poder político y económico.
África y América Latina están ausentes de la lista. Y los llamados Tigres Asiáticos tienen tres compañías entre las principales quinientas, menos de un 1%. China aparece con un crecimiento sostenido del 6% al 8 % anual del PBG (Producto Bruto Geográfico). Según estimaciones de algunos economistas, de mantener este ritmo de desarrollo, en el 2030 sería la segunda potencia mundial. Los mercados mundiales están divididos entre las principales 238 compañías y bancos de los EEUU y las 153 de la Unión Europea. Esta concentración de poder es lo que define la naturaleza imperialista de la economía mundial, junto con los mercados que controlan, las materias primas que saquean (80% de las principales compañías de petróleo y gas son propiedades estadounidenses o europeas) y de la fuerza de trabajo que explotan.
Al concentrar la producción, los capitales, la tecnología y los medios de comunicación, acumularon un enorme poder para manipular las necesidades, imponer los métodos de producción, decidir el auge o decadencia de ciudades, regiones, países y continentes y lanzar a otros centenares de millones a la marginalidad y exclusión con la consiguiente disminución del consumo. El sistema capitalista que con la expansión neoliberal alcanzó una extensión nunca antes vista, entró en crisis de superproducción, unida a la especulación financiera, afectada además por el impacto cuantitativo y cualitativo del desarrollo de las fuerzas productivas en lo que se denomina la revolución científico-tecnológica.
El inmenso desarrollo de las fuerzas productivas que en expansión permanente y ascendente revoluciona los sistemas sociales está en contradicción con las reaccionarias relaciones de producción, las que en gran medida comprimen este inmenso desarrollo del sistema capitalista o lo condicionan en función del lucro o la especulación de unos pocos y no en beneficio de toda la humanidad. Esta contradicción fundamental de las formaciones económicas y sociales acentúa la crisis del sistema capitalista hoy. Los procesos que antes eran lentos se aceleran y van acortando las periodicidades de las etapas críticas. Por supuesto, al principio estas situaciones aparecían o se presentaban como “situaciones coyunturales” , desconectadas unas de otras: el “Efecto Tequila” , la “Crisis Asiática” , el “Efecto Vodka” y varios otros “efectos” que fueron marcando la tendencia en la marcha de la economía mundial, hasta que la crisis empezó a afectar a los países centrales. En 1999, EEUU, llamado “el motor de la economía mundial”, entró oficialmente en recesión, lo que desaceleró a la economía en el resto del mundo; Europa ya estaba en crisis recesiva, por lo que se resintió profundamente, al igual que Japón, con una economía altamente entrelazada a la estadounidense.
Estamos en medio de esta crisis cíclica larga, que aún no toca fondo y que tiene como característica esencial la enorme concentración política y económica.
Ésta se expresa, principalmente, en fraudes multimillonarios conocidos recientemente, cometidos por muchas de las mayores compañías de energía, petróleo y comunicación, bancos de inversión, firmas de contabilidad y mega conglomerados de EEUU y otras partes del mundo. El número de pensionados, empleados e inversionistas que han perdido sus ahorros llega a decenas de millones. Como consecuencia directa de la crisis, la pérdida del empleo afecta a cientos de miles de norteamericanos y aparece la posibilidad de fuga del país de cientos de empresas en búsqueda de mejores condiciones.
Otra consecuencia directa ha sido la pérdida de legitimidad de los grandes bancos de inversión, una disminución masiva de la inversión extranjera y retiro de capitales de EEUU. Esta fuga de capital foráneo ha debilitado sustancialmente al dólar y amenaza con llevar a niveles alarmantes el déficit de las cuentas externas estadounidenses, lo que obligaría a reducir las importaciones y el nivel de vida de los norteamericanos. La pronunciada caída en la inversión extranjera se debe a que los capitalistas ya no confían en los informes de utilidades de las grandes corporaciones financieras. El resultado es que el mercado de valores declina, y las pérdidas en acciones persisten en el 2002 por tercer año consecutivo. Las quiebras de consorcios importantes aumentan y las utilidades decaen (tendencia decreciente de ganancia.)
La economía de los EEUU depende esencialmente del flujo masivo de fondos de los inversionistas extranjeros para mantener su déficit interno (el déficit de su balanza comercial para este año se estima entre 400 y 500 mil millones), está privada de empresas competitivas y es incapaz de limitar sus importaciones de artículos de consumo.
Esta contradicción no puede ser resulta porque la dirigencia política está comprometida con la construcción imperial, y la única concesión que puede hacer a la economía doméstica son mayores subsidios y más proteccionismo, con el consiguiente aumento de tensiones y conflictos con sus competidores imperiales de Europa y los regímenes exportadores del Tercer Mundo.
La respuesta del imperialismo ante la crisis es la profundización del sistema capitalista mediante el uso de la fuerza. En la nueva situación mundial, EEUU debe enfrentar, en lo político , su debilitamiento interno acompañado de una crisis de representación, lo cual quedó reflejado en las últimas elecciones. En lo económico , la recesión y sus consecuencias sociales. Por otra parte, el debilitamiento de su hegemonía en Europa, Medio Oriente y América Latina. Al tratar de recuperar esa hegemonía, alcanzada en 1990, EEUU impone sus propósitos incluso a otras potencias capitalistas.
Pueblos y países, que pugnan por poner fin a esta situación y conquistar su plena soberanía y autodeterminación, están frente a la amenaza de su intervención económica, política y militar. En especial, después de los atentados del 11 de septiembre del 2001.
En esta nueva política es preponderante la importancia que se le asigna al militarismo, a diferencia del pasado reciente, donde las instituciones económicas, el FMI y el Banco Mundial, eran suficientes en el mercado como instrumento de dominación y extensión del poder hegemónico.
En lo económico EEUU vuelve al discurso nacionalista y de proteccionismo, contrario al discurso de globalización y neoliberalismo de épocas anteriores. Sin embargo, se acelera la promulgación de promoción comercial “FASK TRACK”, o vía rápida, que permite al poder ejecutivo de EEUU sellar rápidamente acuerdos comerciales con terceros países. Proteccionismo nacional y desregulación internacional como puntapié inicial para la implementación del ALCA, que sería un pacto de desregulación entre la mayor potencia y un conjunto de países cuyos PBI (Producto Bruto Interno) sumados no supera al de EEUU.
En lo militar, EEUU cambia su estrategia de contención a una de expansión, es decir, de una estrategia defensiva, pasa a una ofensiva. Con ello, los imperialistas norteamericanos se autoasignan el derecho de agredir a cualquier país. El senado de EEUU aprobó por abrumadora mayoría y muy poco debate un proyecto de ley que le otorga al Pentágono 355.400 millones de dólares para los gastos militares del 2003. Este aumento es el más importante que registra el Pentágono en más de 20 años, y representa cerca del 40% de los gastos totales del mundo en materia de defensa.
Consideran la necesidad de abandonar las actuales suposiciones estratégicas y de organizar a las fuerzas estadounidenses para combatir contra enemigos desconocidos y circunstancias inesperadas, poniendo énfasis en tecnologías avanzadas. El departamento de defensa ya no organizará sus fuerzas para contrarrestar amenazas militares específicas provenientes de enemigos claramente identificados, en su lugar, adquirirá la capacidad y flexibilidad para derrotar cualquier tipo de ataque concebible montado por cualquier adversario imaginable, en cualquier momento, desde ahora hasta el más remoto futuro. La punta de lanza de esta estrategia se dirige hacia los países de Medio Oriente, por su situación geográfica, su carácter de primer productor de petróleo y por ser el principal, si no el único, abastecedor de Europa. (Diferente es la situación de EEUU, que cuenta con otras reservas).
Con ello estimulan su economía. Con las agresiones militares exteriorizan las contradicciones internas y distraen a su pueblo, para que piense que el problema no es su capitalismo, sino los obstáculos en el exterior.
Esta situación se traduce en grave inestabilidad internacional: peligro para los sistemas democráticos, recorte a las libertades individuales y vía libre para enfrentar, bajo la carátula de terroristas o narcotraficantes, a los opositores; así lo expresa la campaña difamatoria contra Cuba y Venezuela, el Plan Colombia, o la lista de 80 países “delincuentes” establecida arbitraria y unilateralmente por EEUU.
En América Latina se impuso este modelo de acumulación capitalista neoliberal mediante el uso de la fuerza, a través de sucesivos golpes de estado, generados por las fuerzas armadas del orden burgués, brazos armados que se encuentran al servicio del imperialismo y de los gerentes locales de las burguesías. La brutal represión eliminó a las vanguardias políticas y sociales, con impacto en toda una generación.
América Latina entró en la década de los ‘80 con un grave problema de acumulación de deuda externa, que se transformó en incobrable e impagable y, por tanto, sin solución. La deuda externa fue utilizada políticamente, como excusa para imponer el proceso de privatizaciones que en diferentes niveles se implementó o se encuentra en fase de implementación. En los países norteamericanos en donde este proceso fue llevado hasta el final, los resultados fueron desastrosos. No sólo pusieron a la mayoría de las empresas de servicios públicos y otras netamente productivas (que eran propiedad del estado) en manos directas del capital extranjero, sino que la masa de dinero proveniente de esas privatizaciones se utilizó y se utiliza para garantizar gobiernos y dirigencias políticas serviles a los intereses del imperio, mediante la corrupción generalizada de todas las esferas de poder de las sociedades de los países latinoamericanos. Esto en los hechos significó el fin de las llamadas “burguesías nacionales”, transformándolas en totalmente funcionales y libremente asociadas a la estrategia del Imperialismo.
Como resultado de este proceso, América Latina, en general, ha aumentado su deuda externa en un 400% y no ha resuelto ninguno de sus problemas estructurales; por el contrario, éstos se han agudizado, sobre un modelo de acumulación que ha colapsado absolutamente. Hoy está en crisis todo el sistema político, tanto el ejecutivo y el legislativo como el judicial. Todo el sistema financiero y productivo se encuentra en profunda crisis, y no se avizora, dentro del sistema capitalista mismo, una posible salida. En lo social esto se expresa en tanto los dirigentes sindicales, estudiantiles, barriales, etc. están vinculados a los partidos tradicionales del sistema.
La política exterior de los EEUU hacia la región está dirigida a mantener su control sobre ella. El endurecimiento de las exigencias económicas viene acompañado de una ofensiva política, desplegada a nivel continental, que tiene en el ALCA su parte económica y en la OEA su parte política y militar, para contener el necesario avance y ascenso de las luchas populares. Esta política de los EEUU se evidencia en el despliegue de sus fuerzas armadas en toda la región y en la intención de integrar una fuerza armada con el conjunto de los países latinoamericanos, para utilizarla en el aplastamiento y represión de los movimientos revolucionarios. Colombia sería una primera instancia y otros países vendrían después.
El primer país latinoamericano en el que se ensayó el ALCA fue México (1993). Entre las consecuencias, México, en 1995, sufrió una grave crisis financiera. Su saneamiento costó 75 mil millones de dólares, que luego convirtieron en deuda pública. La brecha entre ricos y pobres aumentó, la economía mexicana, que exporta el 90% de su producción a los EEUU, apenas crecerá un 1,5 %. El 50% de los mexicanos viven en la pobreza. Los sindicatos de EEUU advirtieron en 1993 que muchas empresas se trasladarían a México por los bajos salarios, lo cual significaría la pérdida de miles de empleos en su país.
Esta ofensiva se da en momentos en que los pueblos de América Latina se encuentran en su mayoría convulsionados, protagonizando luchas crecientes, buscando contrarrestar los efectos de las políticas de la última década. Si bien el avance del capitalismo en su etapa neoliberal sólo pudo darse en el marco de una derrota de la clase obrera (y en general de las masas populares), decir que no existen ni existieron resistencias sería un error. De hecho, la década de los ‘90 fue una de las más conflictivas que se recuerde. La carencia de un proyecto revolucionario hizo que las luchas fueran dispersas, reivindicativas, y que no apuntaran a la toma del poder por la clase obrera y el pueblo.
Cuba continúa resistiendo y es un faro de dignidad y coraje ante las embestidas del Imperialismo norteamericano. En Colombia, las FARC-EP y el ELN han crecido ininterrumpidamente en el transcurso de estos últimos diez años y controlan aproximadamente el 50% del territorio, forzando a la intervención cada vez más descarada de los EEUU. En Ecuador, luego de la insurrección de 1998, la represión atacó duramente al movimiento indígena. Hoy los ecuatorianos se encuentran en crisis, con varias fracturas y una desorientación general. En Perú, Sendero Luminoso y el MRTA sufrieron duros golpes, pero, recientemente, las masas populares han forzado al gobierno de Toledo a dar marcha atrás con las privatizaciones. Lo mismo sucede en Paraguay, donde los movimientos de campesinos llegaron a sitiar la capital y lograron progresos importantes. En Bolivia, luego de un período de acumulación importante, centrado en los movimientos campesinos y sectores obreros, el MAS (Movimiento al Socialismo), aún convencido de la posibilidad de lograr cambios por la vía electoral, disputó la presidencia. En Venezuela se encuentra en el poder Hugo Chávez, que bajo un programa nacionalista-populista, se opone a la ofensiva yanqui que busca su desgaste. Finalmente en Brasil, Lula, por el PT, se ha tornado en favorito para las elecciones presidenciales, pero, aunque la campaña de desprestigio comienza a dar sus frutos, todavía no hay nada dicho.
Brasil, como principal economía de Latinoamérica, tiene una capacidad política mucho mayor que el resto y, por lo tanto, el camino que emprenda en un futuro cercano es importantísimo para el desarrollo de una opción diferente a la propuesta por EEUU; si triunfa Lula, una alianza entre este socialdemócrata y el nacionalista Chávez podría darles nuevos bríos al MERCOSUR y constituir un polo contrario al de los norteamericanos. Este es, precisamente, su mayor temor, y contra esta posibilidad están dirigiendo todos sus esfuerzos, incluso, la posibilidad de cooptación de Lula y el PT. Las proyecciones para los pueblos latinoamericanos son de lucha permanente, con formas legales e ilegales, dentro y fuera del sistema, armadas y no armadas. Será la misma lucha la que hará parir las vanguardias más inteligentes y audaces capaces de conducir a su clase y a las masas populares a la lucha por el poder y la victoria. En América Latina, los trabajadores asalariados (el proletariado), el campesinado, el movimiento indígena, los estudiantes y la intelectualidad han sido factores determinantes del progreso democrático, la defensa de los recursos naturales y la extensión de las conquistas sociales y de soberanía popular. En el siglo XX se llevaron a cabo revoluciones democráticas, agrarias, antiimperialistas que constituyen ricas experiencias de lucha de nuestros pueblos.
A pesar del desarrollo desigual que experimentan las naciones del continente, nuestros pueblos y países tienen objetivos comunes a conseguir: la conquista de una democracia real, la cooperación y el apoyo mutuo en aras de sus intereses nacionales, avanzar hacia su integración económica y política, y abrir paso al triunfo del Socialismo en el continente.
Si bien la Revolución Socialista Argentina es una parte táctica de la estrategia continental y mundial, tiene una estrategia propia. Quienes relegan la necesidad de una estrategia y de una táctica para la toma del poder en Argentina, esperando a que se resuelva una estrategia continental –cuya necesidad nadie discute–, o quienes no ven la vinculación de la parte con el todo, son oportunistas que no quieren hacer la revolución en el país, ahora ni nunca.
Toda estrategia de poder, incluida la Guerra Revolucionaria en Argentina, debe partir de un análisis de la Revolución Mundial y Continental. Luego, deberemos precisar las tareas apropiadas para cada etapa de la revolución, partiendo de las inmediatas y adecuándolas a la situación actual y al nivel de conciencia y experiencia revolucionaria de la clase obrera y del pueblo en general.
Argentina es un país de desarrollo capitalista tardío. Para su propia conveniencia, los terratenientes primero, la burguesía más tarde y finalmente el sector de la burguesía industrial devenida en burguesía financiera, asociaron el desarrollo del país a sus intereses inmediatos, dejando a éste en manos del imperialismo. El desarrollo desigual de la Argentina proviene, desde su fundación como nación, del predominio del Puerto de Buenos Aires y de los intereses dominantes de las metrópolis imperialistas.
Argentina se ubica, de una forma u otra, en una región que ha atravesado una similar forma de desarrollo, siempre sujeta a las intervenciones económicas, políticas y militares de los imperialistas, principalmente norteamericanos.
Hoy, el país se encuentra inmerso en una crisis que creemos irreversible, con la presencia de un desarrollo político que caracterizamos como uniforme en todo el país.
Del carácter y tipo de asociación de intereses de la burguesía argentina con los intereses imperialistas, en la etapa actual, se desprende que nuestra lucha revolucionaria, aun cuando transitemos por un período defensivo, será de una lucha política con altos picos de violencia, que desembocará en una guerra civil. Ésta dependerá del desarrollo de la crisis del imperialismo, y de que éste esté, o no, en condiciones de intervenir.
Como revolucionarios debemos prever que el imperialismo hará lo indecible para intervenir. Entonces, la guerra civil se transformará en una guerra nacional antiimperialista y democrática.
La intervención imperialista desequilibrará a favor de la reacción la relación revolución-contrarrevolución. Esta es la primera razón por la cual caracterizamos que la Guerra Revolucionaria tendrá un carácter prolongado. No debemos dudar del sentimiento antiimperialista de nuestro pueblo. La intervención del imperialismo agudizará y volcará a la lucha a otros sectores, como la burguesía media, por lo cual tendrán mucha importancia las consignas y las tareas anti-imperialistas.
De la ubicación de Argentina en una región y en un subcontinente que vive en permanente rebeldía contra el imperialismo, se crea la necesidad de profundizar este proceso. De ello deviene el carácter continental de la revolución y por esto la necesidad de coordinar el accionar con todos los movimientos revolucionarios de los países hermanos. La intervención imperialista se producirá en todos los países del continente en los que la guerra civil revolucionaria haga entrar en crisis a los gobiernos y fuerzas armadas títeres, siendo imposible que triunfe la Revolución Socialista en un solo país, salvo que se dé un cambio muy fuerte en la situación mundial (una nueva guerra mundial, por ejemplo).
No debemos descartar que el imperialismo, si se profundiza la crisis económica, tenga sus manos ocupadas en resolver sus problemas internos. De no ser así, esta será la segunda razón por la cual nuestra guerra será de carácter prolongado, sin posibilidades de victoria rápida.
La derrota sufrida por la vanguardia de la clase obrera y el pueblo se hace sentir con crudeza ante la falta de una política unitaria que cohesione a todos los sectores en lucha. Dicha política unitaria se manifiesta en la extensión de la lucha por la democracia al margen de los políticos burgueses.
La clase obrera ha sido duramente golpeada, reducida numéricamente, disciplinada mediante la utilización del terror que significa el abismo de la desocupación. Las más importantes organizaciones sindicales se hallan en manos de la burocracia devenida en empresarial. El resto ha perdido peso en la lucha por los más elementales derechos. Hoy, la dirigencia sindical es más funcional que nunca al sistema económico y político imperante.
La muerte de una gran parte de los mejores hijos de la clase obrera ha dejado un vacío importante que aún hoy no se ha podido ocupar. Entonces aparece un fenómeno al cual algunos llaman “retroceso de la conciencia” . Nosotros debemos ser más precisos conceptualmente y retomar la línea de pensamiento clasista, que sostiene que “la vanguardia obrera socialista era pequeña, pero profunda” . Siguiendo en esta línea de pensamiento, concluimos que esa vanguardia fue aniquilada y que la actual, sin experiencia política y de lucha, aparece como incapaz de dar batalla, no sólo a nivel político, sino incluso en el plano de sus derechos avasallados.
La debacle producida en la pequeña y mediana industria es la que generó el grueso de la desocupación. Estos desocupados, organizados en distintos movimientos, son los que trasladan allí las experiencias de su pasado fabril, o de sus militancias. Se hallan encerrados en una dinámica corporativista que no les permite ver la amplitud de los sectores que, golpeados por la crisis, se suman a la lucha. Mucho menos vertebran una política unitaria, entendiendo por política, no solo consignas generales, caracterizaciones de la etapa, definición del sujeto de la revolución, sino la capacidad de elaborar planes en los terrenos de la conciencia y de la organización. La agitación sola es insuficiente para enfrentarse al corazón del sistema.
A pesar de esto, los pobres de la ciudad y el campo son los aliados políticos de la clase obrera, en forma conjunta con el resto del proletariado y la pequeña burguesía.
El hecho de que el destacamento más avanzado del proletariado sea la clase obrera industrial, se explica a partir del papel que juega en la producción y de su capacidad de organización del trabajo. Esto tiene para el Partido una importancia vital. De aquí que debamos procurar desarrollar todas las formas de lucha de la clase obrera y, mediante la agitación, la propaganda y la utilización de otros métodos, tender a elevar a planteos socialistas y revolucionarios al proletariado y al pueblo, sin quedarnos estancados en la lucha reivindicativa.
Esta tarea no será nada fácil de llevar adelante, producto de la dispersión existente. A diferencia de los años ‘70, no existe una unidad sindical que permita trascender a nivel nacional. La derrota, el trabajo consciente por parte de la dirigencia sindical y el abandono del trabajo sindical por el reformismo, han dejado a la clase obrera sin su herramienta unitaria para el desarrollo de la lucha económica: la CGT. Hoy existen tres centrales sindicales. Ninguna de las tres representa los intereses del proletariado. Esta situación hará más difícil la extensión de las luchas.
Estamos asistiendo a algunos de los indicios que marcan cómo se va a producir la participación de los obreros en la lucha política: se corre el ámbito del trabajo como centro de actividad política hacia los lugares de vivienda. Es de esperar que en una etapa no tan lejana trasladen esa experiencia a las fábricas, una vez que se den mejores condiciones. El Partido debe estar atento a este fenómeno, llevando la agitación, la propaganda y todos los métodos de lucha allí donde las masas enfrenten al enemigo, con el objetivo de elvar el nivel de conciencia.
La agonía de las concepciones peronistas en la clase obrera se vio reforzada por la política y los errores del Partido Justicialista. Decimos que ya no existen posibilidades para el desarrollo de un proyecto populista. Y esto hace que se presenten las condiciones para que en las masas se desarrolle aquella revolución ideológica de la que hablábamos en los ‘70. Y decimos que contamos con las bases materiales para tal afirmación.
La presencia de la crisis se observa en:
El peronismo como un factor importante del desencadenamiento de la crisis.
El radicalismo como un partido político incapaz de dar una salida a la crisis.
Hasta ahora, estos dos partidos se hunden en la desesperación y en la incapacidad. Esto no es nada más ni nada menos que la fiel representación de que “el sistema capitalista no puede resolver los problemas del pueblo y menos aún, los de la humanidad”.
Siguiendo la tradición del PRT, tendemos a decir que las fuerzas de la reacción son grandes, es más, son portentosas. En sus manos se encuentran todos los esfuerzos, todo el trabajo, todo el ingenio de la humanidad transformado en métodos y armas para mantener la explotación del hombre por el hombre.
Pero quienes detentan el poderío militar son una minoría absoluta, y he aquí su debilidad fundamental: están sumidos en una crisis que se corresponde a la de los ciclos largos y que todavía no ha llegado a su máxima profundidad. De llegar a este estado es previsible que la fortaleza que hoy poseen ya no sea tanta, y se escurra de sus manos cual puñado de arena.
Si esto ocurre en los países centrales, la catástrofe y la dispersión se verán multiplicadas en los países periféricos, y las fuerzas de la reacción ya no serán irresistibles.
Esta aseveración puede sonar como algo imposible, pero no lo es. También era “imposible” desarrollar la lucha armada en nuestro país. Sin embargo el PRT lo hizo y arrastró tras de sí a los mejores hombres y mujeres de las sociedad argentina. No subestimaremos al enemigo, pero tampoco lo sobreestimaremos. Lo tendremos siempre en cuenta. Lo estudiaremos y elegiremos el lugar y el momento para dar batalla.
Somos conscientes de que las fuerzas de los revolucionarios son débiles. Sólo existe un pequeño núcleo organizado, prácticamente sin influencia de masas. La clase obrera se encuentra desarticulada, dispersa; ni siquiera puede pararse de frente al enemigo, que quiere, como siempre, resolver la crisis como lo hacen los capitalistas: cargándola sobre las espaldas del proletariado.
De estas razones se desprende, también, que el triunfo de la revolución no será rápido. De aquí que el proceso de organización de los distintos niveles de la violencia –hasta llegar a su nivel más alto– estará sujeto al desarrollo de las luchas y de la conciencia. Por lo tanto irá de lo pequeño a lo grande, de lo simple a lo complejo, y siempre deberá estar íntimamente ligada a las luchas de las masas. En ese transcurrir iremos fogueando y templando lentamente nuestras fuerzas y las del proletariado.
De las características de nuestro país señaladas aquí y de otras no mencionadas en estas páginas, podemos resumir que:
La Revolución Argentina es socialista y antiimperialista. En algunas etapas predominará uno sobre otro aspecto. Esto es producto del entrelazamiento entre los términos de la relación País-Imperialismo.
La Revolución Argentina es táctica con relación a la estrategia de la revolución continental, como ésta es táctica en relación con la revolución mundial.
Pero nuestra Revolución es estratégica en sí misma, dado que tiene una estrategia propia, que consiste en el desarrollo, por parte de la clase obrera y el pueblo, de una guerra de carácter prolongado, para derrotar a la burguesía y al imperialismo y para poder imponer un Gobierno y un Estado Revolucionario Obrero y Popular.
La Revolución es Obrera y Popular por su contenido de clase; por ser la clase industrial la vanguardia del proletariado y por ser sus aliados la pequeña burguesía urbana y rural y el proletariado rural.
Dado el carácter de clase y el carácter violento de la Revolución , ésta requiere ser dirigida por un Partido y unas Fuerzas Armadas Revolucionarias.
El desarrollo de la Guerra Revolucionaria irá marcando el predominio y el carácter de las diferentes etapas: Guerra Civil - Guerra Nacional Antiimperialista.
La Guerra Revolucionaria será prolongada por varios motivos. Como esta es una guerra del pueblo es estratégicamente ofensiva, aunque en su primera etapa tendrá carácter defensivo y se desarrollará en el terreno político e ideológico.
A medida que se desarrolle la Guerra Revolucionaria , ésta tomará un carácter cada vez más regional y continental, llegando a no respetar fronteras.
En esta etapa, se requerirán en la Argentina un fuerte Partido y la organización del máximo escalón de la violencia, la incorporación masiva de la clase obrera y del pueblo a la lucha revolucionaria; la extensión continental de la Revolución , y una crisis total del imperialismo a escala mundial.
Consideradas la estrategia mundial y continental de la lucha contra el imperialismo; establecida la estrategia del país; estudiadas las características generales de nuestra estrategia de guerra revolucionaria, de carácter prolongado, y su combinación de lucha política-ideológica en sus distintos niveles de enfrentamiento; vista la necesidad del uso de la organización de la violencia en sus distintos niveles en el trascurso de las distintas etapas de la guerra revolucionaria; notamos que se torna necesario contestar a estas preguntas: ¿Cómo y cuándo comenzar la guerra revolucionaria? ¿Cuáles son las tareas fundamentales de los revolucionarios en la presente etapa?
Permaneciendo fieles al marxismo, no podemos ni debemos eludir (mediante el silencio, la mentira o usando frases generales) el análisis de las condiciones objetivas y subjetivas actuales, que son las que determinan la resolución de estas preguntas. De este análisis depende la táctica.
Actualmente tenemos ejemplos de pésimos tratamientos sobre estas cuestiones. El Partido Comunista Argentino cree que nos falta completar tareas que se corresponden con la democracia burguesa. En los hechos esto es real. Pero lo que no ve el PCA es que no existe en Argentina una clase burguesa que esté en condiciones de enfrentarse, con posibilidades de triunfo, al imperialismo. En lo fundamental y determinante, la burguesía argentina está firmemente asociada a éste, y los sectores que no lo están no tienen fuerzas ni disposición para hacerlo.
Mucho menos en estos momentos, en que ha perdido una de las principales fuentes de su base material: las empresas estatales. Estas empresas fueron las que dieron fuerza durante el proceso de sustitución de importaciones a las representaciones políticas burguesas.
Por lo tanto, de mantener y sostener el análisis y la concepción de revolución por etapas, el PCA se ataría a una política electoralista que lo dejaría fuera del proyecto revolucionario, manteniendo una práctica funcional al sistema. Llamamos a los comunistas a formar el Frente Antiimperialista por el Socialismo.
Así mismo, si nos proponemos analizar todas las variantes del trotskismo nativo, encontraremos, en la médula de su pensamiento, la lógica de Nahuel Moreno. Sus concepciones están plagadas de generalidades y ambigüedades de una formación filosófico-metafísica que, en los hechos, no pueden cubrir la miseria de su práctica espontaneísta, divisionista, directamente favorable al enemigo (al punto de llegar a usar la delación). Su trabajo político es funcional al sistema.
La pregunta que nos harán cuando sean conocidas estas aseveraciones, casi seguro será: ¿y qué significa ser funcionales al sistema?
El sistema capitalista es internacional (nunca tanto como ahora; esto es muy fácilmente demostrable) y se expresa políticamente según los intereses del bloque de poder dominante, que varían según el momento (ayer fue la imposición de regímenes dictatoriales, hoy son las democracias formales.) La democracia formal, es decir, “controlada”, “restringida”, es en fin y en esencia la democracia burguesa que se corresponde con el tipo de capital que impera; ello es lo que le da sus características esenciales. La comunidad capitalista existe, y, en ésta, todos deben guardar “las formas” y rendir cuenta, “formalmente”, antes sus pares. Entonces, la democracia formal burguesa adquiere patente para continuar realizando negocios.
En pocas palabras, la participación formal en el juego democrático burgués se convierte en una parte importante para la realización de los negocios internacionales. Entonces, es lícito afirmar que las burguesías que presentan el certificado de participación de las “izquierdas” cuentan con una fachada de “más democráticas”.
No importa que sus pueblos se mueran de hambre, eso es parte del negocio. Y lo que es peor, a esas “izquierdas” tampoco les importa. Si no, miremos los hechos.
Otras posiciones no son tan conocidas, ni tan difundidas, por el corto alcance que tienen quienes las sustentan. Creemos que se enmarcan en errores cometidos en el análisis de situación del país y, a grosso modo, podemos agruparlas en dos:
Las que afirman que estamos en una etapa pre-revolucionaria
Las que afirman que estamos viviendo una situación revolucionaria.
¿Qué elementos son los que se deben tener en cuenta a la hora de responder sobre las condiciones objetivas y subjetivas?
Nuestro Partido siempre se movió dentro de la teoría marxista extraída de los clásicos. Lenin nos dice que Marx resuelve el difícil problema sin escudarse en el “estado depresivo” y cansancio de estas o aquellas capas del proletariado (como lo hacen los socialdemócratas que a menudo caen en él). Mientras, en marzo de 1850, no poseía otros datos sobre el estado de ánimo y depresión de las masas, continúa exhortando a armarse y a prepararse para la insurrección, sin tratar de deprimir con su escepticismo y su desorientación el estado de ánimo de los obreros.
Para Lenin y Marx, las condiciones para el desarrollo de la revolución se establecen a partir del estudio de las condiciones objetivas. Estas son:
El estado de las fuerzas productivas (si se desarrollan, si están estancadas, si están en retroceso)
La existencia objetiva de la clase revolucionaria.
Si las capas intermedias tienen salida o no la tienen dentro del régimen imperante.
No debemos confundir condiciones insurreccionales con condiciones revolucionarias. Las primeras son el conjunto de condiciones objetivas y subjetivas que posibilitan la victoria de la insurrección general. Estas condiciones fluyen, por breve tiempo, luego de un proceso prolongado, o no, de guerra revolucionaria.
El método y la política de Lenin, independientemente del ánimo de las masas y a partir del análisis objetivo de las condiciones objetivas, indican la necesidad de mantener la organización del partido en condiciones secretas, aplicando todas las normas de conspiración y los métodos revolucionarios, preparando destacamentos armados. Estas prácticas fueron las que permitieron construir el partido bolchevique, al mismo tiempo que se daba la pelea contra todo tipo de deformaciones y desviaciones oportunistas, espontaneístas, reformistas; en especial contra los mencheviques, quienes reducían todo al estado de ánimo de las masas y a los factores subjetivos. ¿Qué queremos decir con esto? Que las condiciones para la revolución las crean los revolucionarios.
Aclaradas estas cuestiones, intentemos el análisis de las condiciones objetivas en nuestro país, análisis que, como decíamos, es la base para establecer las condiciones revolucionarias.
El proceso de alianzas que soldó firmemente los intereses de la burguesía más poderosa de la Argentina con los intereses de la burguesía imperialista ha concluido. Este proceso, lejos de aminorar o de limar las contradicciones con la clase obrera y el pueblo, las ha agudizado. Ha cambiado la forma de dominación que usa la metrópolis: hoy lo es la deuda externa y la dependencia financiera, como ayer lo fue la desigualdad en el comercio internacional.
Nuestra burguesía vivió y se reconvirtió a costa de enajenar las empresas nacionales, débiles palancas que le permitían renegociar los términos de su relación con el imperialismo y mantener, mínimamente, una política internacional relativamente independiente. La propiedad sobre estas empresas también le permitía sostener la ficción de que sus partidos políticos se encontraban enfrentados con el imperialismo. Pero todo esto no existe ya. Ha muerto.
La representación política de la burguesía ha asistido al remate del país y a la masacre de casi toda la vanguardia político-social surgida en los sesenta-setenta. En silencio, en un silencio que no sólo significó asentimiento sino la clara expresión de una complicidad militante, asistió al desangrado del país. Y esto no solamente tiene explicación desde sus intereses materiales inmediatos, sino desde su propio interés de clase. Esta complicidad es el reflejo de un profundo odio de clase, y debemos mantener esto muy claro para todo el devenir futuro.
La política de los partidos burgueses, desde 1983, ha sido la de seguir fielmente la aplicación de las políticas económicas diseñadas por el imperialismo, contenidas en los documentos de Santa Fe I, II, III y IV.
No hay que engañarse con los discursos, sino ver la realidad fríamente. De la misma manera debemos observar la crisis en la que está inmerso el sistema. Esto hace que la recuperación de la burguesía argentina esté sumamente condicionada y no creemos que, aunque el imperialismo caiga ya, haya tal recuperación.
Según la definición marxista, el estado burgués se presenta como árbitro entre los diversos intereses de las distintas fracciones de la burguesía. También entre los problemas de las burguesías con el proletariado. Claro está que siempre juega a favor de la burguesía. Esto, en lo político. En lo económico ha habido variaciones. Después de la década del ‘30, a instancias de la teoría de Keynes, el estado se hizo cargo del desarrollo de la infraestructura (puertos, caminos, represas, etc.), aspectos muy poco rentables en lo inmediato para los burgueses, debido a la lenta rotación del capital y la lenta recuperación de lo invertido. Aquí en la Argentina , se ocupó de la salud pública y de la educación en todos los niveles; también del sector de la investigación relacionada a la producción.
A partir de 1976, el estado no fue ya el representante de toda la burguesía. Pasó a representar los intereses del capital financiero nativo e internacional y a ejecutar todas las políticas necesarias para la realización de su tasa de ganancias. Una muestra de esto fue la estatización en 1982 de la deuda externa privada, que luego se legalizó durante el gobierno de Alfonsín.
Para el capital financiero nativo e internacional, la educación y la salud públicas no representan ningún interés, y la burocracia estatal tampoco le es demasiado funcional. De aquí deviene su política hacia estos sectores, y bajo la luz de este análisis debemos observar las posiciones de la burocracia sindical docente y estatal.
A partir del 19 y el 20 de diciembre de 2001, se ha desatado una lucha intestina en el seno de la clase dominante argentina por ocupar la hegemonía perdida por el sector financiero, sector que aún se mantiene gracias al apoyo que le brindan los imperialistas norteamericanos y europeos.
Pero esto no va a durar eternamente: los imperialistas ven crecer rápidamente sus problemas de la mano de la crisis. Esta lucha “interburguesa” tiene una agudeza extrema por la presencia de un proletariado y una capa media –tocada en sus intereses– que han salido a las calles y han corrido a cinco presidentes.
Este hecho ha puesto en jaque a toda la estructura jurídica y política de la burguesía, que, con el objetivo de encauzar, mediante engaños, las protestas, acude a la ayuda de su reserva ideológica: la Iglesia. Esporádicamente y con suma violencia utiliza la coerción, y esto actúa como si le echara nafta al incendio, pues transforma en política la protesta social, la eleva y la amplía. Pero esto es lo único que puede hacer. No puede apagar el incendio. No tiene con qué, y sabe que aventurarse a usar la represión con todas sus fuerzas abre un camino del que no siempre hay regreso.
La primera condición establecida por los clásicos para considerar una situación revolucionaria dentro de los marcos nacionales –y desde allí aventurarnos al nivel continental y mundial– es la incapacidad del régimen existente para resolver los problemas fundamentales del desarrollo del país. Y, agregamos, de la humanidad. Esta condición existe en el país desde hace muchos años, pero podemos decir que es hoy cuando todo el proletariado, la pequeño burguesía y todo el pueblo argentino lo ven o lo intuyen.
Por eso sería erróneo arrastrarnos, como lo hace todo el arco político, tras la consigna “que se vayan todos”. Si así lo hiciéramos, estaríamos renunciando al papel que nos cabe cumplir: el de crear y desarrollar conciencia, orientar y direccionalizar a las masas hacia la lucha por el poder político.
Diremos que, a diferencia de los ‘60 y los ‘70, todo el país se encuentra prácticamente uniformado en los niveles de estancamiento y pobreza. Esto hará difícil, por un lado, y facilitará, por otro, la prédica de los revolucionarios.
Dentro de este contexto, las capas intermedias no tienen perspectivas de desarrollo, y el descontento que hasta aquí han demostrado se hará cada vez más agudo. Son estos sectores los que están en condiciones de acceder a un nivel de conciencia en forma más rápida y pueden lograr entender la necesidad de profundizar, ampliar y aplicar otros métodos más expeditivos. Por un lado, esto será positivo pero, por el otro, negativo, dado las características de clase de estos sectores en general. Estamos determinados entonces a estar en alerta para desarrollar y dar la lucha ideológica a estos sectores.
La clase obrera, ya lo dijimos, está dispersa. Sus organizaciones de lucha económica, los sindicatos (ya sean de primer, de segundo o tercer grado), han sido más o menos cómplices de lo ocurrido con la vanguardia social y política de los años setenta... Algunos más, otros menos, pero todos han sido funcionales a las políticas económicas y sociales que ha impulsado el sistema, y son culpables de que no surgiera una nueva vanguardia del proletariado. Han ayudado a matarla antes de su nacimiento. En esto han sido ayudados por el trotskismo y por el reformismo, que ahora están empeñados en liquidar a los movimientos de desocupados.
Podemos decir que la segunda condición que establecen los clásicos está presente en nuestro país: existe un proletariado con largas luchas y el presente refrenda esa tradición.
Podemos concluir que la tercera de las condiciones fijadas por los clásicos está también presente: la pequeña burguesía existe. Es más, se encuentra luchando no sólo por sus depósitos, sino por el futuro (aunque todavía no se percate de esto).
La burguesía media, aunque menguada como fuerza social y exhausta económicamente (y al borde de la bancarrota), también existe. Y seguramente, estará dispuesta a dar pelea si se le presenta un proyecto que la incluya.
También existe un enorme ejército de marginados producto, principalmente, de la debacle de la pequeña y mediana industria y, en segundo lugar, del desangrado de las empresas estatales y de otras empresas imperialistas en crisis.
La situación actual golpea no sólo al proletariado –sin distinción–, sino también, e incluso con mayor dureza, a los marginados y a la pequeña burguesía; ésta última cuando mira hacia el futuro no ve la proletarización, sino, lisa y llanamente, la exclusión.
Decimos que hay un estado de rebelión casi uniforme en el país, pero podemos afirmar que no estamos en una etapa pre-revolucionaria y, menos aún, revolucionaria, ya que todas las luchas están empañadas en un estado de retroceso, se dan para retrasar el avance de la burguesía y no para recuperar terreno perdido. Esto también se expresa en la dificultad que comporta reemplazar a los compañeros que caen.
Las masas están actualmente en estado deliberativo y viviendo un proceso de acumulación de experiencias. Este proceso se da con la ausencia casi total de una vanguardia política, que todavía está en gestación. Por todo lo dicho deducimos que transitamos por una etapa defensiva, con una vanguardia sin incidencia real en las masas y aún en estado embrionario. Por lo tanto, afirmamos la falta de un elemento fundamental, el factor subjetivo por excelencia: el Partido Revolucionario. En construirlo y ponerlo al servicio de las masas deben estar empeñados todos nuestros esfuerzos. El Partido es la garantía para derrotar a la burguesía en sus expresiones nativa e internacional y para construir el Socialismo.
Las contradicciones del capitalismo se expresan en las contradicciones inter-imperialistas que se agudizan a medida que se profundiza la crisis. Es así como vemos que se cumple la ley por la cual los países imperialistas trasladan sus contradicciones internas al terreno internacional, y convierten al planeta en un enorme campo de batalla.
EEUU quiere asegurar en América Latina un mercado cautivo para sus capitales y productos. Por eso intenta desplazar a los capitales europeos y japoneses del lugar que ocupan. Pero a su vez incentiva y agudiza las contradicciones en los pueblos latinoamericanos.
La pobreza en la región es uniforme y toma características distintas en los diferentes países en correspondencia con la estructura social de cada uno. Los pueblos de Argentina y Uruguay se destacan por expresarse en luchas eminentemente urbanas, mientras que los de Chile, Paraguay, Bolivia, Brasil y otros, si bien con distintos niveles de desarrollo, se destacan en las luchas campesinas sobre la cuestión agraria.
La marginación es una constante en toda América Latina, y los brotes de rebeldía antiimperialistas en la región, también.
Salvo Colombia, y obviamente Cuba, la constante es la ausencia de vanguardias revolucionarias. Pero aún así, las luchas de los pueblos de la región desnudan una y otra vez las debilidades del imperialismo y de las burguesías nativas para encarar las tareas que imponen el desarrollo de las fuerzas productivas, y ponen una y otra vez, a la vista de todos, la contradicción fundamental del capitalismo: la producción social y la apropiación privada de los medios de producción. Las condiciones están maduras para el triunfo del socialismo, a condición de que surjan vanguardias que tomen en sus manos las tareas de concientizar, organizar y dirigir a las masas en su lucha hacia la toma del poder.
Para determinar las tareas externas del Partido, hemos tomado como base la caracterización y análisis de la etapa por la que atraviesa la clase obrera y el pueblo. Pero para poder concretarlas, los compañeros deben entender que:
La experiencia histórica nos indica que el esfuerzo principal de la primera fase preparatoria pasa por tratar de establecer y construir un lazo con la principal fuerza social motriz de la revolución. En nuestro caso definimos que la fuerza motriz de cambio está compuesta por el trabajador asalariado, el agente directo de la producción, es decir: el obrero.
El marxismo utiliza el término de obrero de vanguardia (y el de vanguardia obrera) para señalar aquel sector del movimiento obrero con conciencia política, que se ha elevado a la concepción leninista de la lucha de clases. Entendemos que obreros de vanguardia son aquellos que tienen real conciencia de que la misión histórica de la clase es luchar políticamente para derrocar al gobierno de la burguesía; aún cuando estos compañeros tengan una concepción estrecha de la política que los haga despreciar las luchas económicas, el partido deberá, si ése es el caso, educarlos en la necesidad de que los revolucionarios prestemos atención a todas las formas de lucha.
Ahora bien ¿qué entendemos por lucha de clases?
Cuando los obreros de una determinada fábrica, de un gremio determinado, inician la lucha contra su patrón o patrones, ¿es eso lucha de clases? No; es tan solo un débil comienzo. La lucha de los obreros se convierte en lucha de clases sólo cuando los representantes de vanguardia de la clase obrera del país tienen conciencia de la unidad de la clase obrera y emprenden la lucha, no contra un patrón aislado, sino contra toda la clase capitalista y contra el gobierno que apoya a esa clase. Sólo cuando cada obrero tiene conciencia de que es parte de toda la clase obrera, y cuando en su pequeña lucha cotidiana ve la lucha contra toda la burguesía y contra el gobierno en pleno, sólo entonces su lucha se transforma en lucha de clases. “Toda lucha de clases es lucha política” ; esta conocida frase de Marx no debe interpretarse en el sentido de que toda lucha de los obreros contra los patrones es siempre lucha política. Hay que interpretarla en el sentido de que la lucha de los obreros contra los capitalistas necesariamente se convierte en lucha política a medida que se convierte en lucha de clases.
Muchos consideran que la lucha económica, es decir, la lucha reivindicativa, es incomparablemente más importante que la lucha política, entonces la aplazan en forma indefinida. Si bien entendemos la importancia de la organización de la lucha económica del proletariado, no se debe olvidar que renegar de la lucha política es renunciar a los principios socialistas, que renegar de ella nos llevaría a olvidar toda la experiencia lograda en la historia del movimiento obrero, a olvidar que la tarea fundamental del Partido es la de organizar la lucha de clases del proletariado, la de introducir y ligar al movimiento con las convicciones socialistas, es decir, la de fundir al movimiento espontáneo en un todo indivisible con la actividad del Partido Revolucionario.
Por eso, la misión del Partido Revolucionario es hacer siempre propaganda y agitación política en las distintas etapas, independientemente del estado de ánimo de la clase obrera. Lo que varía es el contenido de las consignas, pero no la actividad.
Es más, las desviaciones economistas y espontaneístas que surjan en el marco del desarrollo de la lucha revolucionaria irán desapareciendo a medida que se amplíe la propaganda y la agitación socialistas.
Existen tres tipos diferentes de actividades políticas que, al actuar en forma conjunta, desarrollan el accionar, movilidad e inserción del Partido como parte de la lucha. Asumimos la tarea de transformar la sociedad por medio de la acción, la propaganda, la agitación y la organización, y concebimos a estas actividades como los medios para contribuir al desarrollo de la lucha político-social. Las podemos clasificar en:
Aquellas actividades que tienen en cuenta al enemigo.
Aquellas que se hacen pensando en el pueblo (de agitación y propaganda).
Aquellas que tienen que ver con los revolucionarios (organización y adoctrinamiento).
En esta primera fase se torna necesario desarrollar la conciencia de las masas, haciéndoles ver con claridad cuáles son sus problemas, sus enemigos concretos, sus límites y debilidades; esclarecer, a través del ejemplo, cuáles son sus potencialidades y alternativas concretas, teniendo siempre presente que son las masas las auténticas creadoras de la historia.
Se entiende a la propaganda como uno de los medios que permitirá direccionalizar los conflictos y darle una perspectiva de victoria a las luchas que se expresen en los distintos planos (ideológico-económico y/o político), también como uno de los medios de formación de los cuadros y simpatizantes de la organización.
Es necesario que en los materiales (diario, folletos, cartillas) se reproduzcan los análisis y síntesis elaborados por el Partido, y que aparezcan en ellos secciones, capítulos, artículos que traten las herramientas teórico-políticas del marxismo-leninismo (teoría general y regionales del materialismo histórico, estrategia y táctica, etc.), dado que todos estos elementos funcionan como potencializadores de la conciencia de la clase y del pueblo.
Reafirmamos la visión que se da sobre la agitación y la propaganda en el IV Congreso: una actividad permanente del Partido Revolucionario, sumamente necesaria. En él se caracteriza el papel que cumple la prensa, asignándole la función de difusión y formación. También se observa la característica del diario, y se advierte que la agitación en las capas más bajas del proletariado no debe llevar a que el diario se adapte al “nivel más bajo de comprensión” posible de los obreros. De aquí surge que “es necesario someter a dichas capas a otros medios de agitación y propaganda: folletos escritos en la forma más popular posible, propaganda oral, y fundamentalmente, volantes relacionados con los acontecimientos locales” . También se observa que el diario “debe vincular el socialismo y la lucha política con cualquier problema local limitado” y define a la agitación como “el arte de explicar una cantidad reducidas de ideas a un grupo numeroso de personas”.
El IV y V congresos recuerdan que la tarea de un Partido Revolucionario es desarrollar todos los aspectos de la política revolucionaria y, en primer lugar, los fundamentales: la preparación y la iniciación de los criterios de organización de la violencia en todos sus niveles, en la propaganda y en la agitación política, sobre los más amplios sectores del proletariado.
“Solamente un partido organizado puede realizar una amplia agitación, puede dar la dirección necesaria (así como los materiales) a los agitadores sobre cuestiones económicas y políticas”. Para poder cumplir estas múltiples tareas, el Partido deberá terminar con los métodos artesanales de trabajo que existen en su seno. No por razones metafísicas, sino porque los métodos artesanales son propios del economismo (ver Lenin, “Qué Hacer” ).
Todo el Parido, desde la dirección nacional hasta el más pequeño equipo de base, debe tender a la especialización, entendiendo que el grado de especialización deberá ser mayor a medida que ascendemos en la jerarquía partidaria.
La formación de agitadores es un trabajo difícil que exigirá mucho tacto y paciencia. No debemos forzar a todos los compañeros a que intenten este tipo de actividad, sino que debemos seleccionar a aquellos que tengan más inclinación hacia ella; debemos elegir, preferiblemente, a compañeros obreros con experiencia de trabajo en su clase y capacitarlos teóricamente para esta tarea.
El Partido deberá, semana a semana, elegir los grandes temas nacionales e internacionales de agitación, elaborar minutas, donde se den las líneas generales que orienten la agitación, e indicar el sector social y la región donde sea necesario llevarlos a cabo.
La elección del lugar y el momento de llevar a cabo la agitación política, oral o escrita, es responsabilidad de las regionales y zonas, tarea compartida con los organismos básicos. Se pueden realizar pequeños actos agitativos a la entrada del personal en determinadas fábricas, en los medios de transporte colectivo, en horas en que el peligro de represión sea menor; las pintadas deberán realizarse economizando esfuerzos, solamente en los lugares elegidos por las direcciones.
De hoy en adelante no debe pasar ningún conflicto sindical de importancia, ningún hecho político nacional o internacional de trascendencia sin que nuestro partido haga llegar su voz mediante pintadas, pequeños volantes y actos agitativos a las más amplias capas del proletariado.
En síntesis, convertir al PRT en Partido Revolucionario nos exige las siguientes tareas:
Llevar adelante una consciente labor de propaganda política sobre la vanguardia de la clase y una consecuente agitación política sobre las capas más atrasadas de la clase obrera y el pueblo.
Preparar e iniciar en la organización de los distintos niveles de la violencia al movimiento obrero en todo el país, en la perspectiva de crear un mejor desenvolvimiento de ésta.
Definimos al revolucionario como un organizador social con vocación de poder, cuya responsabilidad es la de alcanzar la Unidad dentro de la lucha revolucionaria, para dar a los conflictos un impulso cualitativo y garantizarnos, a partir de lograr un total apoyo de la población, el éxito.
Es por eso que el trabajo político juega un papel de verdadera importancia: el de ampliar la participación de las masas en la lucha política, dando sentido de cohesión, para lograr direccionalizar y conducir con más seguridad por el camino de la toma del poder político.
Esta tarea sólo se vuelve posible de alcanzar dentro del proceso de transformación que se produce en el desarrollo de la revolución (es decir, antes y después del triunfo). Si en el proceso de lucha no se realizan las tareas arriba mencionadas, difícilmente se podrá tejer la unidad con la población y sus actores políticos; en consecuencia:
No se logrará hacer entender que no existe una separación entre los deseos y aspiraciones de los militantes y los deseos, aspiraciones y reivindicaciones históricas de la mayoría; es decir, que el revolucionario es el pueblo en lucha por su liberación.
No se podrá establecer relaciones que permitan integrar a la población en el proceso de lucha.
No se podrá trabajar para desarrollar una conciencia creciente de que la revolución es la única salida y que se hace únicamente con el apoyo popular, y que su participación efectiva debe realizarse y expresarse a través de la lucha.
Consideramos que en el Partido debe utilizarse cada término en el sentido que le asignaron los grandes teóricos del marxismo revolucionario. Por eso pensamos que el lugar fundamental de trabajo para el Partido es el proletariado fabril.
A este criterio central le agregamos dos cosas que se combinan, una objetiva y otra subjetiva: por un lado, debemos trabajar consecuentemente con los sectores más explotados; por otro, debemos volcar parte de nuestras fuerzas hacia los sectores donde surjan los elementos de vanguardia y activistas sindicales, aun cuando no sean los sectores más concentrados o los más súper-explotados.
Lugares secundarios de trabajo son:
la superestructura del movimiento obrero, el movimiento estudiantil y las agrupaciones del frente único de izquierda. La militancia en estos sectores persigue el fin de penetrar aún más en el proletariado fabril y en el movimiento estudiantil para establecer tareas comunes con las organizaciones de izquierda, en vistas del frente único revolucionario;
los gremios no obreros (bancarios y empleados públicos) y los sectores privilegiados de la clase obrera;
los intelectuales de izquierda, que pueden integrarse a la actividad revolucionaria;
los barrios obreros y villas de emergencia en donde pueden desarrollarse formas políticas de resistencia y en donde podemos ganar obreros concientes para luego volcarlos al trabajo fabril.
Nuestro objetivo es el de penetrar en profundidad en la clase. Esto quiere decir: formar equipos políticos partidarios en las fábricas, facultades y barrios, y hacer que esos equipos sean reconocidos como real dirección política y económica en su sector de trabajo, estudio y militancia. En esta etapa consideramos como fundamental la penetración en profundidad. Para ello debe concentrarse el esfuerzo en las fábricas más importantes. Los militantes estudiantiles deben ayudar al desarrollo de esta actividad, concentrando sus esfuerzos sobre la fábrica, haciendo permanente y sistemáticamente campañas de agitación en ellas. Todos nuestros militantes deben prestar atención a los mínimos problemas fabriles y a las múltiples consignas mínimas; pero el arte de la propaganda consiste en vincular lo reivindicativo con la lucha política, recordando que lo que queremos es elevar a la clase obrera a nuevas formas de organización y nuevas formas de lucha , que superen el pasado reformista de la clase y la eleven a la toma del poder político, por medio de la lucha política en todos los niveles, contando –para ello– con la utilización de todos los métodos.
<Editorial - El Combatiente - Congresos - Foro - Galería - Multimedia - Documentos - Historia - PRT Opina - Biografias - Bibliografia - Contactos>
Partido Revolucionario de los Trabajadores - Por la Revolución Obrera, Latinoamericana y Socialista.