La hora de las rebeliones

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Las justas causas de las protestas sociales que tuvieron comienzo en Túnez y se expandieron en todo Medio Oriente (1) nos demuestran que el capitalismo ha alcanzado un grado de descomposición tal que ya no puede garantizar ni las necesidades más elementales de las masas. El hambre y la desocupación generalizados aceleraron e intensificaron el “contagio” del hartazgo de los pueblos de Medio Oriente. La posible caída de gobierno Mubarak, en Egipto, pone nervioso al imperialismo norteamericano (2). De suceder, Estados Unidos perdería un punto de apoyo estratégico para sostener a Israel en la región, ya que Egipto actúa como una gran válvula de escape para las tensiones entre el estado sionista y Palestina. Esto no solo significaría la agudización del conflicto palestino–israelí, sino que dejaría expuesto a Israel ante Irán.

A pesar de que Mubarak, impertérrito se atornille en el sillón donde se sentó durante tres décadas, el pueblo egipcio sigue diciéndole que se vaya (3), por más que Mubarak les apunte con sus partidarios, les cierre internet, les corte los celulares y suelte a los presos comunes para que genern una batalla campal produciendo más muertos y heridos (4).

Pero los problemas internos no son solamente patrimonio de los países periféricos… Los recortes generalizados que vienen llevando adelante las potencias imperialistas, como consecuencia de sus enormes deudas públicas, han llevado a sus instituciones a un grado de descrédito y escepticismo popular dejando al descubierto no sólo que la crisis es económica, sino también –y fundamentalmente- política. El aumento del abstencionismo electoral en Portugal (5) y las multitudinarias protestas en contra de los ajustes son solo algunos ejemplos que nos muestran cómo la humanidad necesita imperiosamente un progreso que este sistema no está en condiciones de proporcionar. Pero, así como grandes sectores de las masas se mueven en busca del progreso, en Estados Unidos también se empiezan a organizar bandas fascistas que, incapaces de ver más allá de sus intereses individuales, accionan en contra de su propio estado (6). La burguesía imperialista necesitará exaltar los sentimientos nacionalistas si pretende intentar reciclarse mediante la guerra, pero el panorama dentro de sus fronteras, acribillado por contradicciones, se encuentra bastante lejos de la “unidad nacional”…¿En este contexto, el imperialismo puede llevar adelante la guerra mundial que necesita…?

¡Vamos, gente de nuestra tierra! (A los que unidos pelean en contra de las mineras contaminantes)

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La protesta social viene creciendo en nuestro país al ritmo de la crisis mundial. Lo hace sin prisa ni pausa: ayer en un ámbito, hoy en otro… Ningún rincón de la sociedad está al margen de esta tendencia. Miremos el NOA y Cuyo, donde a pesar de todas las maniobras que llevaron adelante los representantes de la burguesía para garantizar su gran negocio, la minería a cielo abierto, los habitantes de los pueblos de esa región han dado una muestra de perseverancia en la lucha en contra de la contaminación y la expoliación de nuestros recursos naturales. No sólo no se han rendido ante el veto de la ley nacional de protección glaciares y la aprobación de leyes provinciales en favor de los monopolios, sino que se han unido entre los distintos pueblos afectados para coordinar medidas de lucha en su contra (1), buen ejemplo de unidad y perseverancia del cual TODOS PODEMOS APRENDER. Por su parte, la lucha salarial de los trabajadores portuarios de San Lorenzo, en Rosario, que con su paro ha tocado intereses de los monopolios de la exportación cerealera, nos muestra cómo la gran burguesía –esa misma que dilata las paritarias hasta volverlas eternas- no pierde ni un segundo en empezar a amenazar con suspensiones y despidos cuando ve peligrar sus ganancias aunque sea en lo más mínimo (2). También el estado se vio forzado a intervenir y dictar una conciliación obligatoria que en principio no fue acatada. Ante el malestar del gobierno con su socio, Moyano, el titular de la CGT se vio obligado no sólo a apoyar el conflicto, sino a gestionar una salida negociada (3 y 4) para quedar bien con dios y con el diablo…

Capítulo aparte es la repugnante práctica de la dirigencia del gremio de maquinistas, La Fraternidad, la cual sorpresivamente adoptó medidas de fuerza, pero no como podría ser esperable, para reclamar por verdaderas mejoras para sus afiliados, sino para apoyar a la dirigencia de la Unión Ferroviaria en sus intentos por frenar el proceso de pase a planta permanente de todos los tercerizados de los ferrocarriles (5). Cabe preguntarse qué tendrán que ver los dirigentes de La Fraternidad en los negocios que tienen los dirigentes de la Unión Ferroviaria con las empresas de trabajo tercerizado…

Mientras todo esto sucede, el gobierno de la burguesía festeja el gran “logro” de haber renegociado la deuda con el Club de París (6). Lo que sus plumíferos olvidan mencionar es que el precio del “logro” no solamente fue un aumento del 50% del valor original de la deuda (negocio redondo para el Club de París), sino el retorno del FMI al país, ya que mientras nos recordaban hasta el hartazgo que esta negociación se hacía sin la intervención de ese organismo, lo metieron por la puerta de atrás del INDEC… No necesitamos esperar para ver qué cola traerá esta “fiesta”: nuestra clase todavía recuerda muy bien todas las recetas de hambre que, FMI mediante, la burguesía financiera internacional puso en nuestras mesas durante décadas.

Pero festejar no es lo único que hace el gobierno: en año electoral, también se vale de los prejuicios de la pequeña burguesía ingenua y pendulante que clama por una abstracta “seguridad” para profundizar las políticas de criminalización de la pobreza. Los proyectos de baja de la edad de imputabilidad que se tiran por la cabeza los representantes de la burguesía no son más que distintas formas que barajan para materializar esa política, pero ninguno de sus proyectos tiene pies ni cabeza: el único asidero es la ideología fascista de la clase dominante (7). La burguesía y sus representantes saben bien que el problema no son los jóvenes: son plenamente conscientes de que ellos mismos, con todas las herramientas de su Estado a disposición, son los amos y señores del delito organizado. Saben perfectamente que no se puede criminalizar a una juventud a la que ellos mismos no le dan salida al mantener la alta desocupación y el clientelismo, al emparchar la pobreza con plancitos de hambre y asignaciones que no generan la cultura del trabajo, sino que reproducen la conveniente política clientelar funcional a los intereses de la clase dominante.